Primavera / Spring 2020

Spring 2020 Story

COVID-19: Callejón sin salida

By A.S. Zapata

Nos encontramos en una calle muy rica de Diablo, California, llamada Picket Court. Las últimas tres casas en la calle (un “court” en inglés) son las casas de Kevin Greenwood, Miguel González, y John Nakamura. Es un barrio que precisamente nos refleja el suburbio americano ideal. Es toda la imagen del “white picket fence”, sino un poco más rico todavía. La calle termina en un parque cerrado donde se puede ver, al fondo, las otras calles del barrio.

Aquí descubrimos que toda la ciudad está bajo cuarentena por un virus desconocido. Un amotinado invisible y un terrorista en todo sentido de la palabra. 

Como son vecinos, los tres hombres son bastantes conocidos y hay un sentido de que no sería nada extraño ver a cualquier combinación de ellos en el patio del otro durante un sábado por la tarde para platicar sobre el fútbol americano o golf, beber, quizás fumar puros en celebración, o cualquier otro actividad que ocurre entre vecinos.

Sin embargo, estos días vemos un espacio vasto creciendo dentro del barrio. El virus – y solo lo llamaremos ‘el virus’ porque en realidad ha adoptado varios nombres – ha encerrado nuestros caballeros y sus familias dentro de sus cuatro paredes.

Cuando la cuarentena estaba en su sexto día, más o menos a las doce de la tarde, González estaba regando su jardín en su patio delantero cuando Greenwood, regresando de Safeway, le llamó del otro lado de la calle.

“González … ¡González! ¿Estás sordo?”

Al escuchar una llamada débil viniendo de algún lado desconocido, González se quitó los audífonos y volteó a ver su vecino parado en su driveway con una máscara protectora y tres bolsas de plástico en sus manos. Fíjense ustedes como González no tuvo ninguna vacilación para echar su cantina de agua en el jardín y acercarse a Greenwood.

“¿De dónde vienes?”

“La esposa me mandó a ir de compras en Safeway, compadre.”

“Te obligó a ponerte la máscara, también?”

“Efectivamente.”

En este momento podemos ver a Nakamura abriendo la puerta de su casa para recoger su correo. Sus ojos estaban casi cerrados con sueño pero cuando vió a sus amigos al otro lado de la calle, empezó a caminar lentamente al driveway de González con un paquete marrón en sus manos.

González y Greenwood fingieron no verlo hasta que llegó al driveway, y en ese momento se taparon sus caras y gritaron que se largue. Prestanse atención a ese momento casi imperceptible en que podemos ver un miedo y una sorpresa verdadera pintar la cara de Nakamura. Por suerte, sus dos vecinos empezaron a reír casi inmediatamente y su miedo fue sustituido por una irritación cariñosa.

“Estos cabrones,” dijo Nakamura y los otros dos se rieron más fuerte todavía.

“Pero en serio, ¿están bien?” preguntó Greenwood. 

“¿De qué hablas?”

“¿No han dicho que el virus se originó en Asia? Y tú fuiste a Japón en febrero, ¿no?”

Los tres estaban en silencio. Si se enfocan en la frente de Greenwood, pueden ver dos o tres gotas de sudor bajando por su cara y afuera hacía sus sienes. Su cara estaba enrojeciendo. Características claras de vergüenza y lamentación. Pero si se fijan en González, pueden ver que él está más que un poco interesado en la respuesta de Nakamura.

“Sí,” dijo Nakamura, “estuve en Japón, pero el virus tiene origen chino, no japonés. Las posibilidades de contraerlo en Japón son iguales a los chances que tenemos aquí.”

Los otros dos vecinos rápidamente dieron su acuerdo y los tres hombres platicaron un rato más sobre la ausencia de deportes y las opresiones de sus respectivas esposas. Después de un rato, González ofreció tener una parrillada en su casa la próxima noche – solo para ellos y sus familias y solo bajo la condición de que nadie saldría de Picket Court.

“Me parece bien. Aquí en la bolsa tengo unas costillas y ribeye,” dijo Greenwood.

Nakamura ofreció traer dos pulpos enteros y las bastantes chelas que tenía en su refrigerador.

“Mierda, me olvidé poner las carnes y el leche en mi refri. Bueno, vale chicos. Nos vemos mañana en la noche. Y Nakamura, tú sabes que sigo vigilante – tengo mi ojo en ti.”

“Lárgate cabrón,” le respondió con un dedo levantado de su mano y una sonrisa inocente en su cara.

Unos minutos después González entró a su casa y sentó en su sillón. En su reloj – el Hublot Classic Fusion – vió que era casi las doce y media. Volteó su cabeza y se dió cuenta que su esposa, Julie, no estaba ni en la cocina ni en el patio interior.

“Seguro que estaba arriba tomando una siesta con los chicos. Le mando un texto entonces”, pensó González.

 

[12:29 PM] Invité a Greenwood y Nakamura y sus familias aquí a la casa para una parrillada mañana en la noche. Sólo quería avisarte. :)

 

Con eso González se quedó muy contento. Había regado el jardín, platicado con sus

patas, e incluso se había recordado notificar a Julie. Un día productivo, social, y sin errores. Prendió el televisor y puso sus pies en el otomán. Sólo estaba pasando noticias tras noticias sobre el virus (periodistas reportando por llamadas virtuales desde sus casas), algunos partidos de básquetbol de los ochentas, y otros programas de poco interés. De puro cansancio,paró de cambiar canales en el Food Network.

 

[12:35 PM] ¡No están pasando nada interesante la tele! ¡¡Odio este virus!!

 

[12:38 PM] Nakamura está trayendo dos pulpos, y Greenwood costillas y ribeye. :P

 

[12:42 PM] No hay nada que hacer … virus de mierda...

 

González estaba a punto de enviarle un texto diciendo que ya la iba a despertar porque se moría de aburrimiento cuando le llegó lo siguiente:

 

[12:46 PM] ¿Qué? ¿Invitaste gente a la casa mañana?

 

En menos de dos segundos él escuchó los pies de Julie marchando mientras bajaba las escaleras. Ella sabía instintivamente que su esposo estaba haciendo lo que siempre hacía: echado en el sillón. Y eso no tenía nada que ver con el virus. Estaba parada de frente de él con su iPhone en la mano.

“Hola amo-”

“No me digas nada de ese ‘hola amor’. ¿Estás enfermo? ¿Estamos en el medio de una pandemia y quieres invitar a los vecinos a la casa?”

“Pero amor son los Greenwood y Nakamura, los conocemos desde hace años ”

“¿Y John quiere traer un pulpo? ¿Acaso sabes de dónde lo compró? Porque te prometo que no fue en Lucky. Seguro que fue en uno de esos mercados asiáticos.”

Gente, presten atención porque esto podría ser el momento decisivo para nuestro caballero. No se levanta para discutir el comentario, no se levanta para negarlo. No se levanta para admitir la falla completa en su plan de invitar gente a su casa en un momento tan peligroso. Escuchen lo que va a decir.

“Y creo que escuché algo sobre su visita a Japón, o algo así. ¿Mejor sólo invito Greenwood?”

“Este hombre. ¡No invites a nadie!” Y se fue a regresar a su siesta con sus chicos.

González se quedó dormido por unas horas, y cuando se despertó se salió otra vez a la calle, mirando hacía la casa de Nakamura. De los tres hombres, Nakamura era el más joven y el que llegó a Diablo último. González acordaba del tiempo cuando él era el más joven y el más nuevo en el barrio. Que tan solo se sentía al comienzo. Aislado. Como una cuarentena. Pero también no pudo sacar la imagen de un pulpo verde de su cabeza. Un pulpo verde que pegaba sus lechones al piel de él y su familia y se chupaba toda la sangre disponible.

Sacó su celular.

 

[3:25 PM] La esposa me está diciendo que mi parrilla está malograda. ¿Mejor salimos tú y yo para algunos tragos?

 

En treinta segundos la puerta de Greenwood se  abrió y González recibió un “thumbs up” de su vecino. Y la puerta se cerró de nuevo. Mírenlo. Miren cómo sonríe. Su mundo totalmente tranquilo.